Prólogo:

El individuo, apostado frente al edificio, miró a través de la lente del arma y contempló al hombre sentado en la cama; era Andrey Vasíley, abogado de la mafia rusa en Seattle.

Unas finas manos se deshacían de su chaqueta de traje gris marengo, impecable en apariencia, pero sucia por cada caso defendido. Cada éxito ante un jurado, una mancha difícil de limpiar: extorsión, trata de blancas, corrupción, blanqueo de capital… que pesaba sobre cada hebra del tejido de lino en la misma proporción que en la conciencia del letrado.

La prenda se deslizó hasta el suelo de madera, acompañando a su vez, a una blusa de seda blanca que, unos segundos antes, había resbalado de unos hombros blancos como el marfil.

Andrey sonrió a la mujer semidesnuda que tenía sentada en sus muslos con las rodillas apoyadas en la cama, y que le dedicaba la misma expresión.

El sujeto que les observaba se sintió incómodo ante la escena que se desarrollaba. Le resultaba íntima en exceso, más que si los estuviera viendo en cualquier tipo de acto sexual.

El abogado de cuarenta y dos años; un hombre de complexión fuerte, pelo castaño y ojos claros aparentaba estar enamorado de la mujer rubia a la que dedicó una mirada embelesada y a quien, de manera habitual, llamaba Celia de forma cariñosa, la versión gaélica de su verdadero nombre.

Ella era la fiscal federal auxiliar del distrito de Broadmoor. Su sonado divorcio con un concejal republicano estuvo a punto de echar a perder sus ambiciones políticas que, hoy en día, ascendían a ser la futura fiscal federal. Con cuarenta y ocho años era una mujer deseable y sexi, con un cuerpo escultural que podría ser la envidia de más de una chica de treinta. Llevaba un sujetador rojo, una falda lápiz negra arremangada casi hasta la cintura, y todavía conservaba los tacones puestos.

Se disponían a hacer el amor.

El francotirador tuvo que retirarse unos milímetros de la mira del arma. Creía tener olvidados esos sentimientos, aunque era capaz de reconocerlos en los demás. Era la primera vez que se fijaba en las emociones que rodeaban a una de sus víctimas en el momento de ejecutar un trabajo, pero nada era igual desde que ella entró en su vida.

—¡Maldita Christine! —juró el tipo que sostenía el rifle.

Volvió la vista a la mirilla, apuntó, y disparó sin dudar, sin que su dedo índice temblara un solo microsegundo.

La bala atravesó la sien de su blanco que cayó en los brazos de su amante.

El ruso no podía concebir lo que sucedía hasta que sintió el calor de un líquido espeso en su rostro, y vio la sangre que le había salpicado el torso. Abrazó con desesperación a la mujer que yacía inerte de lado apoyada en su hombro. Las lágrimas que brotaron de sus ojos reprodujeron una angustia ya conocida por la persona que acababa de perpetrar el asesinato.

El homicida cerró los párpados un instante. Cuando los volvió a abrir, desmontó su Sniper[i] y recogió sin mirar atrás.

«Objetivo cumplido», se dijo.

Justo antes de salir del apartamento en el que tantas horas había pasado observando e investigando a su víctima, volvió a jurar entre dientes.

—¡Maldita Christine!


 

[i] Fusil de francotirador. Es un tipo de arma de fuego de precisión, que permite el disparo a objetivos a muy larga distancia. Su utilización es habitual tanto en ejércitos como en cuerpos policiales de todo el mundo.